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Principio o final de la guerra

 

 

Marco Rascón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

México y la ciudad tienen muchas heridas, pero ninguna es mortal.

 

Son más sus fortalezas que el derrotismo; son más grandes las posibilidades, que el escepticismo.

Hacia el centenario de la Constitución de 1917, cada vez se unen más el tiempo cronológico y el político.

 

Se acabó el tiempo en que la defensa de esa Constitución era un programa contra los que la violaban a nombre de la razón de Estado o el principio de autoridad. Contra ellos, hay lucha, no suicidio: lo resuelve una Nueva Constitución.

 

Su mutilación, incumplimiento sistemático, tergiversación de los principios y el fin del pacto social que la hizo posible tras la guerra civil de 1910-1929, plantea hoy la necesidad de una nueva unión constitucional para refundar el Estado nacional.

 

¿Quiénes se oponen? Los que la prefieren incoherente y desordenada, para que prevalezca la discrecionalidad del poder autoritario y los intereses de pequeños grupos, para imponer lo privado sobre lo público y los intereses de facto sobre el bien común.

 

Hoy para la libertad y la democracia se requiere ser más socialistas que nunca, porque a este país solo puede salvarlo el valor del trabajo y la creatividad; la educación y la cultura. Para luchar no por dictaduras, sino lograr formas justas de distribución de la riqueza, y cambiar pautas, dejar atavismos y hacer del pasado un impulso, no un camino de regreso.

 

El proceso para una Constitución para la Ciudad de México —siendo la capital— puede ser un detonante que sitúe la polarización y el estancamiento en una dimensión distinta a la que tenemos en todo el país.

 

La Asamblea Constituyente y su visión sobre el futuro de la ciudad obligará a que veamos al país y a esta ciudad como nuestra casa, la única que tenemos.

 

Moviendo a la ciudad histórica, se deberá mover el federalismo y sus regiones; el inventario de los poderosos recursos naturales y humanos, para situarnos internacionalmente en la perspectiva de los cambios y sorprender al mundo con la fuerza que tenemos y no valoramos.

 

Podríamos estar tocando fondo si desde las comunidades, en lo económico y lo social, nos situamos no al principio de una guerra, sino al final. De cuando llega el momento de los acuerdos, tras años de conflictos y querer imponernos mediante la fuerza de un sistema caduco económica y políticamente, que excluye y no integra a la mayoría que pacientemente observa.

 

Las múltiples heridas deben cicatrizar y no dejar que ninguna sea mortal, pues esto puede ser el final o el principio de la guerra.

 

Publicado originalmente en: Milenio, el 16 Marzo 2016

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