Exacerbar el resentimiento
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Jesús Ortega
06 de Diciembre de 2016
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Pocas personas en el país, y en la propia capital de la República, conocen que desde el pasado mes de septiembre se ha instalado un Congreso Constituyente, el mismo que elabora la Constitución Política de la Ciudad de México.
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Resulta paradójico que se esté elaborando una constitución política en los tiempos de la antipolítica.
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¡Pues sí! Una Constitución Política para la Ciudad de México.
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Esto les puede resultar herético a los sobreexcitados promotores del debilitamiento de todo lo público y de aquellos que quieren terminar con las instituciones políticas del Estado.
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Por ello es de tanta importancia lo que se está discutiendo y aprobando en el mencionado Congreso Constituyente. Lo es, precisamente, porque sus esfuerzos están a contracorriente de las tendencias de la antipolítica que recorren al mundo y cuyo contenido populista y nacionalista está siendo, peligrosamente, admitido y hasta compartido por grandes sectores de la población mundial, incluyendo a la de nuestro país.
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Esta tendencia opuesta a las instituciones representativas y contrarias a todo quehacer y pensamiento político sólo ubica importancia y trascendencia a resaltar a los personajes que, siendo suficientemente conservadores, nacionalistas, ignorantes y, desde luego, carismáticos, pueden exacerbar los sentimientos de indignación que sobresalen en las sociedades contemporáneas y que son resultado de la inseguridad, la violencia, la desigualdad social y de la corrupción que afecta a las y los ciudadanos, a todas las personas.
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Se trata de exacerbar —en las masas irritadas, resentidas, humilladas— ese sentimiento de venganza y linchamiento en contra de lo que les han construido como el único culpable de su situación, es decir: lo público, la política, las instituciones y el Estado.
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Esto les ha funcionado, antes, a líderes autoritarios. Por ejemplo, en los años posteriores a la gran depresión (en los años treinta del siglo pasado) resultó tan eficaz el discurso populista y nacionalista, que algunos de los carismáticos no sólo accedieron al poder, sino que también terminaron con las instituciones democráticas y, además, condujeron a las masas resentidas hacia la guerra más catastrófica de que se tenga registro en la historia de la humanidad.
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Decididamente, la Constitución de la Ciudad de México debe —en sentido diferente a las tendencias populistas— contribuir a consolidar instituciones que impulsen el respeto a la legalidad; que renueve las formas y los contenidos de la vida democrática, la representativa y la directa; que fortalezca a las instituciones gubernamentales a través de reconstruir sus estructuras de equilibrios políticos, de contrapesos entre los poderes, de transparentar todas sus acciones y de impedir la corrupción a partir de terminar con la impunidad.
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Eso se logró, por ejemplo, en la Comisión de Buen Gobierno, Combate a la Corrupción y Régimen de Responsabilidades de los Funcionarios Públicos, desde la cual se estableció, entre otras medidas, que en la Ciudad de México nadie, incluidos los altos funcionarios, tendrá fuero; que los legisladores tendrán inmunidad parlamentaria, que el gobierno tendrá obligaciones para cumplir con la Constitución y que quien no lo haga tendrá, efectivamente, responsabilidades administrativas y penales; que los órganos fiscalizadores de los poderes tendrán autonomía e independencia para revisar el uso de todo recurso público; que se sancionará a los funcionarios y también a los particulares que participen directa o indirectamente en actos de corrupción; que las personas, todas, tendrán la garantía para la exigibilidad ante la autoridad, por daños en su integridad o a su patrimonio y propiedad.
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Twitter: @jesusortegam
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Publicado originalmente en:
http://www.excelsior.com.mx/opinion/jesus-ortega-martinez/2016/12/06/1132411
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